13

Destacado

Me vengo por aquí como quien asiste a un responso periódico.

Como si conjurara apariciones de un rostro amorosa y primorosamente memorizado.

Como si mi balance vital rindiera cuentas en un día de lágrimas.

Como si pudiera inventarme un solsticio en el que, por un milisegundo, todo se trastoca y puedo llegar a ti a través de la luz que amaga.

La vida, un año más, es enumerar los pasos de descuento hasta hoy.

Una docena de oraciones

No llevo la cuenta, ni un diario sobre las veces que retorné a la casilla de salida de esta carrera que ya dura doce años.

Te perdí y el dolor me sugirió toda una trama de sortilegios, evocaciones y atajos con los que vivir en la herida.  

Yo, que alardeo de ateísmo, que no soy capaz de pensarte flotando, recreándote en eternidades, me fabriqué una hermosa superstición en la que regreso a rendir cuentas contigo y con el día más triste. Hasta ahora me sirvió para no hacerme añicos y despistar a la insoportable idea de una orfandad sin paliativos.

Este año, al menos un momento, deseé nadar nuevamente en un mar amniótico, bajo la capa de tu protección incuestionable, donde las certezas pierden consistencia en favor de la supervivencia. Te he reclamado porque, ya en la súplica, se descarga parte del consuelo. Mantuve mi rosario de peticiones en un monólogo que siempre se me antoja diálogo, y me respondí como si lo hicieras Tú. Todo me resultó natural, a fuerza de práctica y cotidianidad.

Como todas las fes, la mía es casi inquebrantable.

Casi.

Ay.

11


A lo largo de este último año, consideré no volver a escribir para conmemorar una fecha de pérdida. Últimamente, me llevo mal con las catarsis y me hería pensar en la tormenta que se desata en mí cuando te invoco tan de cerca.

Me dije todo aquello de que, recordándote tantísimo , casi cada minuto de mi vida, te honraba y homenajeaba sin escaparate alguno.

Y es cierto.

Pero en este aniversario amanecí y comprobé que no podía huir de la efeméride, cuando el pecho me late con una cadencia de nostalgia y debo respirarte y llorarte con ansia.

Es el día en que mi conciencia me sacude para despertarme de nuevo y decirme que no volverás, que durante el resto del año no hago sino pasar de puntillas por ese escenario tan amargo.

Una vez más, se me rompe el corazón y, abierto de par en par, libera el dolor y una orfandad gigante.

También el recuerdo amable y precioso; la imperecedera emoción de saberme dichosa por el tramo de existencia en que coincidimos y pudimos abrazarnos, hablar, reír, discutir, dormir juntas, contemplar cielos, ir al cine, cuidarnos y vigilar de cerca nuestras respiraciones.

Que todo eso me falte ahora resulta lacerante pero sería egoísta y absurdo que invalidara una herencia tan hermosa.

Contar la vida por los años de tu ausencia, como un ábaco de lágrimas de tristeza, amor y agradecimiento.

Así debe ser, mamá.

Prodigios de una década

En un pestañeo te marchaste, me perdí y perdí amores, oportunidades, lágrimas, pelo, vergüenzas, cosas inútiles que ni recuerdo, sueño, sueños, días completos y personas enteras.

Apenas abro los ojos diez años después para comprobar cuánto he crecido. Viví tanto y tan deprisa que empecé a envejecer.

Nos separa la Ley que discrimina a los vivos; nos une el Tiempo que ordena todo y me sienta, cada primavera, sobre tu regazo enorme de madre.

Sebastian

No sé despedirme. No tengo el coraje ni la vida suficiente para decirte adiós. He decidido, a golpe de llanto, que me acompañes, en la forma que me permita el recuerdo, el resto del camino.

Si tuviera que componer una remembranza, ésta sería torpe, inexacta, tremendamente incompleta y, aún así, dolorosa hasta enfermar. No puedo sino bocetar sin acierto, con la seguridad de no reflejarte ni contar nada extraordinario. Nada ni nadie podrá adivinarte porque mi corazón no tiene renglones ni letras ni lenguaje.

Me despierto y asisto perpleja a cómo el día comienza, avanza y termina sin ti. No me creo que te hayas acabado por más que el silencio y la ausencia me abofeteen.
Qué ingratas las estancias, los parques, las tardes y las noches que no te lloran, que no se permiten saber cuánto de hermoso les falta desde que te fuiste. Yo recorro cada centímetro del piso, cada segundo de la jornada, con el lastre inconfundible de tu pérdida.

No existe cura posible. No la quiero. Te guardo con celo de las opiniones expertas y los juicios ajenos a nosotros, a nuestro hogar precioso, tuyo y mío, erigido en cualquier parte.

No se me ha muerto una mascota, ni un familiar ni un amigo. Tal vez haya de todo eso en mi herida, pero aún desconozco cómo medir o nombrar a toda la luz que se me ha escapado contigo, compañero, niño, amado, sombra, casa. Amor inquebrantable.

Perro de mi vida.

Novena de Ausencia.

Dejé de tener memoria de las primaveras sin la quemadura de tu partida. Ya todos los naranjos, abejas, lluvias y aromas te contienen. Igual que aguardo la luz ansiosa o el olor de las calles en flor, sé que llegará la fecha en que me siente a escribir algunas palabras de remembranza y amor.

Preciso sostenerme en cálculos de lunas y estaciones, descontar sobre una agenda de emociones para tener la certeza de que sobrevivo sin ti.

Como si no te trajera hasta mí cada día, cada hora, cada latido.

 

 

Ocho abriles de descuento.

Todos los abriles me enfrento a un inventario de emociones. Me levanto con la intención de poner en orden la amalgama de ausencia, dolor, añoranza, rabia, incredulidad, orfandad y desesperanza que descuidé a lo largo del año.

Me aguarda el desconsuelo con hambre de efeméride, latiendo sobre mi pulso para que llore y escriba las lágrimas que aplacé. ¿Para qué si no se inventaron las fechas señaladas?

Durante los días en que no me permito saberte inalcanzable, la vida se me muestra con un disfraz de normalidad, y hago como que la creo, entregándome a rutinas humanas, a amores humanos, a desmemorias necesariamente humanas, soslayando la peor y mayor verdad de toda mi existencia. Ya no estás conmigo.

No tengo dios, pero entiendo a quien deba construirse uno para no caer muerto de miedo y desamor. Yo me voy apañando con viejas fotos en las que eras tú y no yo quien habitaba el mundo, en las que tu vientre no sabía aún que me contendría. Me consuela que tu materia fuera antes que la mía y acertar a creer que los milagros existen fuera de la fe.

Tú eres mi milagro, el de mi hija, el de las generaciones que desaparecerán con la fortuna de llevarte en el ADN.

Es ahí donde me siento Elegida; donde, sin hornacinas ni liturgias, me veo y te veo inmortal.

Letredredón

Existió un baile de signos y pieles, de nombres a medio hacer, donde los caracteres se mezclaban sin criterio, pugnando por emerger en un conjunto ordenado y portando consigo promesas de eternidad. Ninguno perduró al despertar.

Me desprendí de los jerogíficos molestos y dormí en una sopa de letras irresoluta.

Llegaste con la cama deshecha de amores.

Ahora, ambos sabemos que somos mucho más, o tal vez algo menos, que una combinación afortunada y armónica. Tú con tu colcha de historias imperfectas; yo con mi edredón de abecedarios imposibles. Los dos durmiendo abrazados, guarecidos de la lluvia de pasados y heridas.

Como Tú me miras.

El pasillo de nuestra casa se ha convertido en una avenida de sombras para ti. Lo caminas de memoria, despacio y con cautela de casi ciego, por si algún obstáculo no aprendido se la jugara a la poca visión que aún conservas.

Yo te llamo y me descubres en ese espejo que cierra tu recorrido. Permanezco a tu lado, reclamando para que te gires y me dediques tu mirada de niebla, pero prefieres seguir atento a mi reflejo. Te acaricio y al fin te volteas, me olisqueas como a un mendrugo y regresas a la imagen más luminosa que arroja la pantalla alargada del final del corredor.

Sacudes el rabo para saludar alegremente, a aquélla y a ésta. Las dos casi idénticas; ambas enternecidas por tus gestos. Yo, que tengo serias dificultades para reconocerme, me siento afortunada por obtener tu amor, tan nítido, en cualquier dimensión.

He desaparecido para muchos. Tal vez por eso me asombra que seas capaz de hallarme, agazapada a tu vera o como imagen estelar en un cristal espejado.

Tú no te confundes, Sebastian; somos los demás los que no tenemos ni idea de cómo acercarnos a quienes amamos.